En 1.880, un día llegó Don Bosco a Sanpierdarena. El director de la casa, Don Domingo Belmonte, que se encontraba muy cansado, aprovechó la ocasión para hablar con él y confiarle la situación en que se encontraba. Le confesó sentirse muy fatigado y cansado.
- ¡Ya no puedo continuar viviendo así!- concluyó-, no tengo nunca un momento de descanso.
De manera muy sencilla, Don Bosco se inclinó un poco hacia el suelo, levantó su sotana, y mostrándole las piernas, tan hinchadas que parecían dos columnas o almohadas, le dijo:
- ¡Ánimo, querido, descansaremos en el Paraíso!
Debe estar conectado para enviar un comentario.