El Padre Rubio era conocido en todo Madrid. Era un santo de pies a cabeza. Un día, cuando iba por la calle, se le acercó una señora ya mayor. Le dio una dirección y dijo: es la casa de mi hijo que está enfermo y quiero que se reconcilie con Dios. El P. Rubio, miró la dirección y después de unos días fue a visitarlo.
Al llegar a aquella casa, se escuchaba música. Un hombre tocaba el piano. Vengo, dijo el P. Rubio, a visitar a un enfermo que vive en esta casa. Aquí no hay ningún enfermo, sólo vivo yo, le dijo aquel señor, pero pase usted, Padre, ya que ha venido.
Al entrar en la casa, lo primero que le contó aquel hombre fue que no era practicante. Había tenido una madre muy cristiana, pero él no practicaba la fe. Cuando se iba a marchar el P. Rubio, se fijó en un retrato que había en la pared. Esta fue la señora que me dio la dirección de usted; sí, es esa mujer.
El hombre se quedó impresionado. Es imposible, respondió, mi madre murió hace cinco años. Si ha sido ella la que le dio a usted mi dirección, es un milagro. Y…, allí mismo pidió al P. Rubio que le confesara. Pidió perdón al Señor y le dio gracias por haber enviado al P. Rubio a aquella casa.
Por la mañana del día siguiente, encontraron muerto a aquel hombre que su madre había avisado que estaba enfermo.
(Francisco Cerro Chaves: “ Cuéntame…para ser libre”.)
Debe estar conectado para enviar un comentario.