“Me acababa de levantar, cuando lo vi a través de los cristales empañados de mi ventana. Yo, a pesar de tanto abrigo, tiritaba de aburrimiento. El no estaba solo. Venía al frente de su pequeño ejército de amigos voluntarios. Nunca había contemplado a un caudillo más joven y recio que él…
Mis ojos, cansados de soñar sin dormir, se esforzaban para no dar crédito a esta visión heroica, tan opuesta a mi vida. Temblé de rabia cobarde cuando noté que él me miraba…
Con voz fuerte, mientras su mirada amablemente se mantenía hacia mí, me preguntó:
- ¿ Te vienes conmigo?
Como si no lo hubiera oído, casi disimulando, proferí algo así como:
- ¿ Eeeh…Quée?
Su recia voz se oyó de nuevo:
- ¿ Que si te vienes voluntario conmigo?
Tartamudeando, débilmente respondí.
- No, no puedo… es que estoy aquí atado… Sí, verás, atado voluntariamente al suave y lindo calorcito de mi estufilla.
Mientras yo bostezaba, su voz – la voz de él- resonó majestuosa, con la nobleza
Amplia de las cascadas eternas: ¡¡¡ En marcha!!!… Sus soldados, decididos y voluntarios, caminaron tras él sobre la blancura ideal de la nieve pura. Y sus huellas – las de él-, y las de ellos, quedaron impresas profundamente, marcando un camino recto y nuevo hacia el sol.
Pero yo… yo, no. He preferido quedarme aquí detrás de los cristales empañados, atado suave, cómodamente, al calorcito cercano de mi estufilla privada”.
Rabindranath TAGORE
Debe estar conectado para enviar un comentario.