
Había una vez un padre que era molestado continuamente en su trabajo por el hijo de seis años. Para tener una media hora de paz, tomó de un viejo atlas una hoja donde estaba representado todo el mundo, con los Estados, las ciudades, los montes… Lo partió en pequeños pedazos y se lo dio a su hijito para que los colocara cada uno en su lugar.
“¡Empleará mucho tiempo!”, pensó.
Pero ¡nada!, a los pocos minutos el pequeño volvió con el mundo reconstruido perfectamente.
“¿Cómo has podido hacerlo, tan deprisa?”.
“Muy fácil, papá: por el revés estaba dibujado un hombre. He puesto en orden a esa figura, ¡y el mundo ha quedado en su sitio por sí solo!”.
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