“No podemos vivir sin Eucaristía”

Diocleciano fue un emperador romano (218-313 d. C.), que se hizo tristemente famoso por la crueldad con que persiguió a los cristianos. Una de sus múltiples y caprichosas leyes consistió en prohibir a los cristianos sus encuentros dominicales.

         Cuentan los historiadores que, un día, sus soldados sorprendieron en Abitinia, una población ubicada en la actual Túnez, a un grupo de cristianos celebrando la Eucaristía.

         Detenidos, el 12 de febrero del año 304, les hicieron comparecer en Cartago ante el procónsul Anulino. El diálogo entre acusador y acusados fue breve, pero sustancioso:

  • Habéis actuado en contra del edicto del emperador…
  • Sí, lo sabemos. Hemos celebrado en mi casa el día del Señor- respondió Emérito.
  • …Y la celebración del Señor no puede interrumpirse- añadió Cayo a las palabras de su compañero de banquillo, casi sin dejarle terminar.
  • ¿Por qué no cumplís con lo mandado? –preguntó Anulino, amenazador.
  • Nosotros no podemos vivir sin celebrar el día del Señor- respondieron ambos al unísono, con decisión y sin tiempo para pensarlo, en nombre del nutrido grupo de compañeros de fe que estaba siendo juzgado.

Parece ser que, por algún despiste de la policía del emperador, siguen contando las Actas de los mártires, entre los arrestados faltaba Victoria, una joven, hija de una familia noble. La detuvieron unos días después, y no ocultó su identidad en el nuevo interrogatorio del procónsul Anulino:

  • También yo soy cristiana.
  • No te pregunto si eres cristiana, sino si asististe a la reunión.
  • Necia y ridícula me parece su pregunta, procónsul- respondió Victoria con desparpajo-. Como si los cristianos pudiéramos pasar sin la Eucaristía…

Su desobediencia al emperador y obediencia al Señor Jesús la pagaron con el martirio: unos murieron despedazados por los leones y otros, exhaustos en las mazmorras del imperio romano. Treinta y un hombres y dieciocho mujeres fueron los primeros mártires de la Eucaristía

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