El obispo Tonino Bello (1935-1993), en su viaje misionero a Patagonia, quiso visitar el pobrísimo barrio de Bariloche. Escribió:

 < Apenas llegué, se me acercó una niña. Le pregunté cuál era su nombre: se llamaba “Milagros”.

         La tomé de la mano y le pedí que me acompañase a su casa. La siguieron enseguida cinco o seis hermanitos y entramos en una chabola.

         La madre, de cuyo cuello pendía un niño dormido, me acogió con un brillo especial en los ojos.

         En el hogar espumeaba una olla de habas. En el rincón dos sillas estropeadas. Por el suelo un gran colchón. Sobre una cuerda, las ropas de la última colada.

         Sentí curiosidad por un libro abierto sobre la mesa, junto a una pila de platos y de tazas. Lo tomé en las manos y leí en la cubierta: El santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo.

         Sentí un sobresalto de emoción y pude decirle a la mujer: “ ¡Me alegro mucho de que vosotros leáis el Evangelio!”.

         Fue entonces cuando ella, en silencio hasta aquel momento, abrió la boca y murmuró, con un hilo de voz que me traspasó el alma y que nunca se me ha borrado: “Es la única esperanza para nuestra pobreza”.

         Cristo encuentra las ventanas abiertas para entrar también en las chabolas porque, en realidad, ¡Él es el  único con el cual siempre podemos contar!

(Pino Pellegrino: La tienda del alma. Paulinas)