
El egoísmo inspira la actitud ambiciosa, y la ambición nos polariza en torno a nuestros propios intereses, nos enceguece para las necesidades de los demás.
Cierto día, hace de esto muchísimos años, un comerciante muy rico y avariento acudió a un sacerdote viejo y sabio en busca de consejo y enseñanza. Éste lo llevó ante una ventana:
- Mira a través de este vidrio y dime qué ves- le dijo.
- Gente –contestó el rico.
Luego le condujo ante un espejo, y le preguntó:
- ¿Qué ves ahora?
- Me veo a mí mismo – le contestó al instante el avaro.
- He ahí, hermano – le dijo entonces el santo varón -, que en la ventana hay un vidrio y en el espejo también. Pero ocurre que el vidrio del espejo está cubierto con un poquito de plata, y en cuanto hay un poco de plata de por medio dejamos de ver a los demás y sólo nos vemos a nosotros mismos.
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