Benedicto XVI

Algunos retazos de la inmensa herencia que nos ha dejado Benedicto XVI

Para quien vive en Cristo, la muerte es el paso de la peregrinación terrena a la patria del cielo, donde el Padre acoge a todos sus hijos (Ángelus, 1 de noviembre 2005). 

Meditar sobre la realidad de la muerte, que la así llamada “civilización del bienestar” a menudo trata de borrar de la conciencia de la gente, totalmente inmersa en las preocupaciones de la vida diaria (Ángelus, 5 de noviembre 2006). 

Quien se compromete a vivir como Él, es liberado del temor de la muerte (Ángelus, 5 de noviembre 2006).

La muerte es una experiencia a la que todo ser humano está llamado, y para la cual debe estar preparado (Mensaje, 8 de diciembre 2007). 

Si aceptamos morir a nuestro egoísmo, si no nos cerramos en nosotros mismos y hacemos de nuestra vida un don a Dios y a los hermanos, también nosotros podremos reconocer la rica fecundidad del amor. Y el amor no muere (Homilía, 23 de abril 2008). 

La eternidad no es un continuo sucederse de días del calendario, sino algo así como el momento pleno de satisfacción, en el cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad del ser, de la verdad, del amor (Ángelus, 1 de noviembre 2010).

La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte, para vivir sin fin en él (Mensaje, 4 de noviembre 2010). 

Esta es la vida que alcanza su plenitud: la vida en Dios; una vida que ahora sólo podemos entrever como se vislumbra el cielo sereno a través de la bruma (Homilía, 3 de noviembre 2012).

DEUS CARITAS EST

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