Gracias, Señor, porque
al romper la piedra de tu sepulcro,
nos trajiste en las manos
la vida verdadera.
Gracias por este gozo.
Gracias por esta gracia.
Gracias por esta vida eterna
que nos hace inmortales.
Gracias, Señor, porque resucitaste,
no sólo con tu alma,
mas también con tu carne.
Gracias porque dejaste a Tomás
que pusiera su mano en tu costado
y comprobara que el resucitado
es exactamente
el mismo que murió en la cruz.
Gracias por ser un Dios
que ha aceptado la sangre.
Déjame que te diga
que me siento orgulloso
de tus manos heridas
de Dios y hermano nuestro.
(José Luis Martín Descalzo)
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