Un día el sol y el viento hicieron una apuesta: quién de los dos haría que un caminante se quitara la capa.
Lo intentó primero el viento con todo su furor, pero no venció. Entonces lo intentó el sol, con su dulce suavidad.
Al poco rato el caminante sintió calor, se quitó la capa, la dobló y se la echó al brazo.
Obtiene más la dulzura que la aspereza.
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