Un día las palabras, cansadas de estar encerradas en el vocabulario, pensaron salir e ir a dar un paseo por el mundo.
Decían: “¡Qué bonito debe ser vivir libres, poder ir, venir, hacer todo lo que nos gusta!”.
Así que, una mañana, salieron despacito, despacito, de las páginas del vocabulario y se fueron por el mundo. Por la tarde, cuando volvieron, se reunieron para contarse sus aventuras.
Comenzó la palabra “aburrimiento” y dijo: “donde llegaba yo todos se ponían a bostezar”.
La palabra “calor” dijo: “donde llegaba yo todos se abanicaban”.
“En cambio cuando yo llegaba”, continuó la palabra “agua”, “todos bebían”.
Cada palabra decía lo suyo. Cuando llegó el turno de la palabra “amigo”, dijo: “donde llegaba yo, todos se ponían tan contentos que querían que me quedase y que no saliera nunca de sus casas”.
La pobreza más negra y más triste es no tener amigos. En África circula el proverbio: “quien pierde un amigo, baja un peldaño”.
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