
Dos monjes cultivaban rosas. El primero se extasiaba en la contemplación de su belleza, de su perfume. El segundo, en cambio, cortaba las rosas y se las daba a los que pasaban.
Un día el primero lo reprendió: “¿Cómo puedes privarte de la alegría y del perfume de tus rosas?”.
El otro repuso: “¡Las rosas dejan mucho perfume en las manos del que las regala!”.
El proverbio dice: “Coger, llena las manos; dar, llena el corazón”.
(Pino Pellegrino: “La tienda del alma”)
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