El niño que quería ser un televisor

Lo contaba José Luis Martín Descalzo, el sacerdote periodista. Una profesora pidió a sus niños que explicasen qué animal o qué cosa querían ser y por qué. Un niño de ocho años respondió que a é  le gustaría ser un televisor. ¿Que por qué? Pues muy sencillo “porque así sus padres le mimarían más, le cuidarían mejor, le escucharían con mayor atención, mandarían que los demás se callasen cuando él estuviese hablando y no le enviarían a la cama a medio juego, lo mismo que ellos nunca se acuestan a media película”.

         No sabía casi nada el chavalito éste ¡verdad? Pero nos ha puesto el dedo en la llaga a los mayores. En realidad, tenemos que reconocer que el televisor es el rey de muchos hogares. Él manda. A su capricho se organizan horarios de entradas y salidas. Cuando él habla todo el mundo calla. Y ¡qué nerviosismo cuando hay que llevarle a reparar y nos vemos obligados a pasar un día entero sin él! En verdad se nos ha convertido -¡quién iba a decirlo!- en nuestro amigo (enemigo) imprescindible.

         Las estadísticas más serias revelan que el 80% de la información/formación la recibimos hoy a través de los medios de comunicación de masas: televisión, cine, radio… Mayores y pequeños nos vemos sometidos al influjo de estos “persuasores ocultos”.

         No abundan los programas de televisión que merezcan la pena. Desgraciadamente. Pero no podemos permitirnos el lujo de desaprovechar aquellos que nos pueden servir de aprendizaje. Se impone, pues, la selección. No podemos apretar el interruptor apenas hemos llegado a casa y apagar cuando nos vamos a la cama. Hay que elegir y enseñar a elegir.

         Hay familias donde se aprende a ver televisión. Se comentan los programas que se ven y todo el mundo se ayuda a distinguir lo positivo de lo negativo, a descubrir los valores de los contravalores que a las claras o de tapadillo se nos quieren transmitir. Así las cosas cambian. Lo que vemos en televisión puede ayudarnos a desarrollar nuestra capacidad crítica. Y que nadie diga que no nos resulta necesario hoy a todos practicar un sano discernimiento. No podemos aceptar todo lo que nos echen.

         Ay, se me olvidaba sacar a relucir una trampa en la que caemos casi todos, padres incluidos. Usamos la televisión como morfina. Cuando queremos estar un rato a gusto los mayores a solas o con los amigos, la solución es bien fácil: se conecta el televisor o el vídeo y tendremos a los niños bien atontaditos el tiempo que sea necesario. Con estos comportamientos y otros similares, ¿no querremos que luego nuestros hijos sepan calibrar lo que deben ver y lo que deben aceptar?

         Niños hay que de tanto ver televisión han olvidado los juegos al aire libre. ¿De quién será la culpa?

(José Luis Martín Descalzo: Razones para vivir, 91)

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