Según el sermón “Venerando dies”, que figura en el libro primero de Codex Calixtinus, manuscrito de mediados del siglo XII, el bordón del peregrino desempeña tres funciones principales: sostener la marcha del caminante, del que es como el “tercer pie”; ser instrumento de defensa ante ataques de perros y lobos, y también, en sentido figurado, de las trampas del demonio. Así, en la Canción del deber de los peregrinos, texto difundido por la literatura de cordel del siglo XVIII, el bordón se convierte en “bastón de esperanza, fortalecido con el hierro de la caridad, revestido de constancia, amor y castidad”. El bordón está coronado por uno o dos pomos de los que cuelga la calabaza (previamente secada y vaciada para llenarla de agua).
Por lo que se refiere a la alforja, donde se lleva la comida, ha de cumplir tres condiciones: ser estrecha, ya que el peregrino no ha de confiar en sus propios recursos sino en la providencia divina; estar hecha con piel, para recordar al viajero que ha de mortificar su carne, y permanecer siempre abierta, es decir, debe estar preparada para dar y recibir.

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