
Había una vez un enfermo que, desde hacía años, se lamentaba de que tenía un gato en el estómago. Una tarde lo llevaron de urgencias a la sala de operaciones por un imprevisto ataque grave de apendicitis. El cirujano, de acuerdo con el psiquiatra, decidió que era el momento adecuado para curarlo de aquella idea fija del gato.
Apenas el paciente se despertó de la anestesia, le mostró un gato negro diciéndole: “Mire, ¡ finalmente le hemos quitado el gato!”.
“ ¡Pero no puede ser!”, gritó el enfermo. “Os habéis equivocado: ¡era blanco!”.
Tenía razón Albert Einstein: “Es más fácil dividir un átomo que un prejuicio”.
(Pino Pellegrino: “La tienda del alma”)
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