
Los cirios
Una columna de cera con una mecha que facilita su combustión: eso es un cirio. En sí mismo es un objeto funcional. Sirve para dar luz. Para iluminar una habitación o para ayudar a abrirnos paso en la oscuridad.
Pero su uso en la liturgia o en la piedad de los fieles adquiere otra dimensión. Si nos fijamos en un cirio encendido, nos damos cuenta de una particularidad significativa. Para que un cirio dé luz, su cera tiene que irse consumiendo. Si la cera no se va fundiendo, el cirio no ilumina. O bien, a la inversa: es fundiéndose, gastándose, como el cirio se convierte en luz. De ahí se desprende una consecuencia ascética: como el cirio, también nuestra vida tiene que irse gastando iluminando a los demás, siendo útil a los demás. Por eso, en el culto, no dejamos de usar cirios, aunque se cuente con otros tipos de iluminación. En los cirios nos vemos reflejados a nosotros mismos. Como cuando ponemos un cirio (o una lámpara), con carácter votivo, ante la imagen de un santo: expresa, mientras se va quemando, el testimonio de nuestras súplicas al santo.
(Centro de Pastoral litúrgica)
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